En la desfigurada psiquis de Garavito, al igual que en la del sanguinario Andrei Chikatilo, se había establecido la fatídica asociación entre el dolor ajeno y el placer propio, asociación que en psicópatas como él fácilmente desembocaba en el matrimonio del sexo y la muerte. Y es que, en efecto, Garavito descubrió que la intensidad de sus orgasmos aumentaba cuando aumentaba la violencia que sobre sus víctimas ejercía, debido a lo cual empezó a torturar a sus pequeñas víctimas. Sin embargo el nacimiento de esa oscura faceta no liquidó su conciencia moral; la cual, si bien no servía para frenarlo, sí que servía para atormentarlo. Fue entonces que intentó darle una explicación bíblica a sus actos y su religiosidad se volvió compulsiva, haciéndolo buscar no solo perdón y redención sino castigo para sus pecados. Tan grandes eran sus remordimientos que a veces, sacudido por la angustia, se levantaba desorientado en medio de la madrugada, recordando cada violación que acudía a su mente, reviviendo las terribles escenas en que sus inocentes víctimas, una vez más, lo miraban con los ojos desorbitados por el dolor y el terror, no ya para traerle placer sino profusas lágrimas que resbalaban por su rostro y luego, sorprendentemente, eran seguidas por sarcásticas risas suscitadas por la evocación del sádico gozo…
Garavito (arriba) tenía dos lados. Uno lo impulsaba a violar y torturar niños; el otro, lo hacía llorar de remordimiento, recitar versículos de la Biblia en voz alta con fervor y anhelar el perdón de Dios. Para su lado sangriento tenía una libreta en que apuntaba el nombre de cada niño violado; y, para su lado bueno, tenía una libreta azul en que anotaba cada versículo aplicable a su crisis. Sea como fuere siempre ganaba el lado malo y, como dice Cristo en el Evangelio, “el árbol se conoce por sus frutos”…
Lejos de ser una ficción, en Garavito parecían convivir dos hombres distintos. Cada noche se acercaba con fervor a la mesa y tomaba la Biblia, buscando en ella algún salmo que le proporcionase paz a su alma, alejándolo así del peso de la culpa y abriéndole las puertas a la esperanza de ser salvo. También, cada vez que encontraba algún versículo aplicable a la crisis que estaba atravesando, lo escribía en su adorada libreta azul con la letra torcida por el desenfreno. Y cada noche, además del salmo o los salmos, Garavito recitaba en voz alta los versículos de su libreta azul mientras deambulaba, desnudo, de un lado a otro de su habitación. Finalmente, cuando la fe le había repuesto las fuerzas, el monstruo se vestía y salía a la calle; pero, antes de aquello, tomaba el siniestro diario donde apuntaba el nombre de cada niño violado.
Mas no era únicamente el deseo de placer lo que impulsaba a Garavito hacia el mal. Había también un deseo de venganza (unido al ‹‹mecanismo de desplazamiento››) y un anhelo de contrarrestar su sentimiento de humillación a través del sentimiento de poder que experimentaba con sus víctimas. Esto lo vemos implícito en la forma con que Garavito se expresó de la admiración hacia Hitler que desarrolló (sin dejar de lado su fanatismo religioso…) luego de leer su biografía: “Yo admiraba mucho a Hitler, quería llegar a ser como él, conseguir poder para hacerme respetar. Siempre anhelé ser importante, estar en la televisión, en la prensa y que todo el mundo hablara de mí. Me gustaba él porque fue una persona humillada y de un momento a otro alcanzó un poder. Admiraba de él esa situación, yo me quería vengar de muchas personas. Yo pensaba que una persona que me mirara mal había que fusilarla. Me gustaban los campos de concentración….”
Por todos los conflictos internos antes expuestos fue que Garavito, con 27 años, ingresó a una clínica psiquiátrica en enero de 1984. Allí estuvo 33 días, hasta que los doctores creyeron que se había recuperado y le autorizaron a asistir a sus reuniones en Alcohólicos Anónimos. Fue un gran error: Garavito nunca se recuperó y estaba ávido por tener carne tierna entre sus manos. Él mismo lo contó: “Cuando me dieron un permiso, llegué a Pereira […]. Allí ubiqué dos menores de edad que vivían por el sector de Getsemaní, un centro espiritual campestre. Sobre esa misma vía, algo retirado de ese seminario, los metí por un cafetal y los amarré, los despojé de sus ropas y yo también me despojé de mis ropas. Los violé […]. A estos niños me parece que los quemé, los mordí y allí los dejé”
Pero Garavito, que aún no había alcanzado todo su potencial criminal, los dejó con vida y éstos lo reconocieron después mientras estaban en un carro. Lastimosamente el criminal logró escapar.
Así habría de seguir hasta 1992, fecha en la que cometería su primer asesinato. Pero, hasta que la tormenta de sangre se desate, muchísimos niños inocentes habrían de ser violados y torturados por el infame Garavito, de quien los expertos calculan que llegó a violar un niño por mes entre 1980 y 1992, habiendo sido, a lo largo de ese transcurso, incapacitado por el ISS (Instituto de Seguridad Social) en 1980, 1981, 1983, 1985 y 1989. Puede entonces formularse la pregunta de cómo logró violar tantos niños con tantas incapacitaciones del ISS y sin ser capturado. La respuesta está, por una parte, en la habilidad que tenía Garavito para convencer a los psiquíatras y médicos de lo útil que le era realizar visitas (aprovechaba las salidas para violar) a Alcohólicos Anónimos; y, por otra parte, está en la destreza con que engañaba a sus víctimas y en el cuidado que ponía en no ser visto a la hora de violar, tal y como él mismo dejó entrever cuando dijo: ‹‹Para poder llevar a los niños les repetía el cuento: “tengo unos terneritos pequeños y necesito que me ayuden, yo les pago mil o quinientos pesos”. Los niños me creían y se iban conmigo. […] Yo buscaba sitios apartados de difícil acceso y boscosos, también matorrales que estuvieran alejados de las casas. Utilizaba cafetales y cañadas donde hubiera pasto alto, pero siempre lejos de la gente.››
.Los primeros pasos de sangre
En 1992 Garavito cometió en Jamundí el primero de sus más de cien asesinatos. Se trataba del pequeño Juan Carlos, quien se divertía tranquilamente en un parque hasta que tuvo la desdicha de pasar enfrente de una caseta en la que Garavito estaba bebiendo. Seguramente fue el alcohol, además de otros factores, lo que en ese instante encendió en Garavito el deseo de violar a Juan Carlos. Era un impulso oscuro y contundente el que, convirtiéndolo en una especie de marioneta humana, tomó el control de Garavito e hizo que pague la cuenta al instante y comience a perseguir al niño desde una distancia prudente. Cuando el niño se detuvo, Garavito aprovechó y compró un cuchillo, cuerda y licor. Entonces y justo antes de que Juan Carlos se levantase para ir a buscar a su madre, Garavito lo engañó ofreciéndole dinero y se lo llevó hasta un potrero cercano, caminando después cerca de los rieles del ferrocarril hasta llegar a un lugar despoblado. Fue allí, en medio de aquel paisaje boscoso y lleno de charcas que reflejaban la luz de la luna, donde el trastornado Garavito tuvo la revelación que lo impulsó a complacer su maltrecho concepto de venganza: ‹‹Me transporté a mi infancia, sentí mucho odio, más los niños que yo llevaba nunca los mataba, y es allí donde cojo a este menor, empiezo a tasajearlo con una cuchilla y se apodera de mí algo extraño que me decía “mate, que con matar ya venga muchas cosas”. Fue así como yo procedí a matarlo, así fue mi primera muerte››
Luego de su primer asesinato, Garavito quiso ir a Trujillo para visitar a su hermana Esther, quien era la única, de entre todos sus hermanos y hermanas, con quien tenía un vínculo. Sin embargo hizo una pausa en Tulúa, donde se abandonó al alcohol. Otra vez sucedería lo mismo que con el pequeño Juan Carlos. Era pues ya de tarde cuando Garavito, que estaba bebiendo desde las diez de la mañana, vio a Jhon Alexander Peñaranda. De aquel instante el monstruo recuerda: “Yo estaba bien, tomando, solo con el deseo de escuchar música, no tenia planificado buscar un menor, de pronto de un momento a otro veo pasar a un niño y me pone mal, se me apodera esa fuerza […], entonces yo reprimo, tomo más licor y empiezo a quebrar envases”. Luego vino la aplicación del método y la violación y muerte del niño.
.Destripando y amputando: Garavito aumenta su crueldad
En 1993 Garavito comenzó a abrirles (mientras estaban vivos) el abdomen a los niños. Era un corte extenso, lo suficientemente profundo como para destrozarles el aparato digestivo pero no como para quitarles la vida. De aquella y otras crueldades fue testigo la aterrorizada capital colombiana de Bogotá.
El autor de los asesinatos, el hombre que le arrancó los pulgares a ocho niños (no lo repitió con más por temor a ser descubierto), planeó cada crimen tras el cristal de una ventana en los rojizos, empobrecidos y tupidos barrios de ladrillo del sur oriente de Bogotá. Al respecto, Garavito cínicamente expresó: ‹‹Eso lo hice yo. Sentía placer al hacerle esto a los niños, aparecían con los intestinos afuera… yo quedaba tranquilo. Claro que pensaba, “ese placer fue a costa del dolor de todos estos angelitos”, como les digo yo. Yo lo titularía “El Silencio de los Inocentes”. Estando matando niños me vi esa película como cinco veces.››
Sin embargo no todas las víctimas de Garavito fueron, como diría el habla popular, “pan comido”. Así, a fines de 1993 en la localidad de Tulúa, Garavito estaba bebiendo una botella de “Aperitivo de la Corte” (su licor favorito, lo adoraba) cuando de pronto vio a un niño que deambulaba con su bolso por la terminal. El niño tenía doce años y se había quedado dormido en el bus, por lo que no se bajó cuando debía y ahora estaba perdido. Garavito vio que tenía una oportunidad y, con engaños, aparentó que ayudaría al niño, compró más botellas de “Aperitivo de la Corte”, le brindó al niño una buena cantidad y luego lo llevó por la carretera bien lejos, se desvió, cruzo una zanja y allí, en el campo, amarró al niño y le quitó la ropa. Iba a seguir cuando un mal olor lo detuvo. Era un olor nauseabundo, propio de algo podrido, un olor que no lo dejaría seguir en paz con su pervertido plan hasta que no averiguase de qué se trataba. En realidad eran restos de algo muy familiar, solo que Garavito, para fortuna del niño, no recordaba que había dejado exactamente allí, tal y como cuenta: ‹‹Busco a ver qué era, sin que el niño se diera cuenta, y sí, allí observo un cráneo, unos restos de otros menores que días antes había llevado, estaba esa calavera, y yo en estado de “enlagunamiento”. Después de tener al menor amarrado me pide que lo suelte. Lo suelto, el niño también toma conmigo y lo acaricio. No sé en qué momento él se armó con el cuchillo y se me abalanzó. Yo se lo fui a quitar y resulté tasajeándome el dedo pulgar de mi mano izquierda. Perdí la movilidad porque me cogió unos tendones y allí fue donde decidí matarlo››. Fue a causa de aquel acto temerario que el niño acabó perdiendo la vida inmediatamente, aunque es prácticamente seguro que, de no haberlo hecho, solo habría conseguido retardar su muerte.
Otro asesinato de particular importancia fue el de Jaime Andrés de 13 años de edad, quien era un preadolescente de humildes orígenes; un chico amable y trabajador, que estudiaba en la jornada de la tarde del colegio Policarpa Salavarrieta y vendía café preparado por su madre para ayudarla a cubrir los gastos de la pequeña casa que ocupaban en el barrio la Independencia. Jaime Andrés era bastante popular y querido entre conductores de taxis, clientes de bares del centro de la ciudad y noctámbulos de parques; todos guardaban simpatía por el llamado “niño de los tintos”, hasta que la noche del 4 de febrero de 1994 el infame Garavito apareció.
Todo empezó cuando echaron a Garavito del bar Los Vallunos tras discutir con un cliente. Al frente, en la otra acera, Jaime Andrés contemplaba toda la escena. El sujeto se le hacía conocido: era el “doctor de los ambientadores” que había ido el año pasado a vender ambientadores a su colegio. A su vez Garavito también había visto al pequeño y se había acordado de él, pero de momento no hizo nada más que marcharse amargado al hotel en que estaba. No obstante a las 9 de la noche “esa fuerza extraña” que lo “domina” empieza a hacer de las suyas para que Garavito se aproveche del “niño de los tintos”, quien aún a esas horas seguía vendiendo café. Como siempre, cede, tras lo cual se guarda el cuchillo, compra cuerdas y licor y convence al niño para que lo acompañe en un viaje del que solo uno de los dos regresará, aunque esta vez con un recuerdo amargo que jamás podrá borrar: ‹‹ […] él estaba vendiendo tintos, le hablo, lo convenzo para que me acompañe, deja su termo y se va conmigo. Lo introduzco al cañadulzal, lo amarro […]. El niño grita, lo acaricio, el niño sigue gritando y posteriormente lo mato, me acuerdo tanto de este niño por una situación, en ese sitio hay una cruz, regreso […] y de un momento a otro siento una voz que me dice: “eres un miserable, no vales nada”. Regresé y mire lo que había hecho. En ese momento me arrodillé, me arrepentí, y enterré el cuchillo››
Real o no, el impacto de esa experiencia fue tal que, al llegar al hotel, Garavito se pasó toda la noche y la madrugada recitando versículos de la Biblia en voz alta, sin poder dormir, presa de una angustia y un remordimiento que lo tuvieron con los ojos abiertos hasta que el sol salió de nuevo.
Mas las cosas no podían quedarse así y aquel “eres un miserable, no vales nada” le dio la fuerza necesaria para dedicarse a trabajar y dejar la bebida, la sangre y los asesinatos. Pero la conversión duró solo un tiempo, tras el cual volvió a su rutina de alcohol, muerte y violaciones. Por otra parte, Garavito también probó suertes con el lado oscuro de la espiritualidad, metiéndose con la ouija (de la cual salió defraudado al no experimentar nada excepcional) y hasta con el satanismo: “Practiqué ritos satánicos con los menores que asesiné, lo hice a mi manera, pero no quiero explicar cómo lo hice; yo hice pacto con el Diablo.”
.La captura
El 22 de abril de 1999 y tras haber violado a unos 200 niños y asesinado a más de 100, Garavito fue por fin capturado en la ciudad de Villavicencio.
Salvando al pequeño John:
John Iván Sabogal, niño pobre que vendía lotería en las calles de la ciudad de Villavicencio, yacía desnudo y atado de pies y manos a un matorral ubicado en las solitarias afueras de la ciudad. John no había hecho nada demasiado contundente para escapar del agresor, hasta que sintió en sus espaldas la proximidad ansiosa del agresor…Fue en ese instante, cuando supo que perdería la inocencia y muy probablemente la vida, que el pequeño John empezó a gritar con todas sus fuerzas a ver si alguien hacía algo por él.
Entonces y contra todo lo esperable, un chatarrero que andaba fumando marihuana por el lugar escuchó los gritos y, al ver cuál era la causa de estos, no dudó ni un momento en apedrear al monstruo tras increparle un “¡oiga, hijueputa, qué le está haciendo a ese niño!”.
Al verse defendido, John corrió hacia el chatarrero y luego ambos corrieron como desaforados para huir de Garavito, quien enfurecido los perseguía con el puñal en la mano.
Finalmente el niño y su salvador lograron llegar a un punto en que el asesino dejó de perseguirlos ante la posibilidad de ser visto. Tras eso siguieron hasta llegar a la casa-finca Rosa Blanca, desde donde el noble chatarrero llamó a la estación de policía La Esperanza, ubicada en Villavicencio.
Tras la llamada, la Policía acudió al lugar y la cacería dio inicio.
Informe de un operativo exitoso:
La búsqueda de Garavito estuvo al mando del cavo Pedro Babatita. Cuando por fin Garavito fue capturado, éste se identificó como Bonifacio Morera Lizcano. Investigaciones posteriores confirmaron que Bonifacio Morera Lizcano era Garavito. Se trataba así de una falsa identidad usada por el asesino para confundir. Nada sorprendente pues, como acotó el Diario Hoy en una nota periodística de octubre de 1999: ‹‹Garavito usaba nombres falsos, cambiaba su cabello, su bigote y barba y empleaba lentes. Pasaba por vendedor ambulante, monje, discapacitado, indigente y hasta representante de fundaciones humanitarias para ingresar a las escuelas, donde hallaba a sus víctimas, que oscilaban entre los ocho y 16 años de edad››. Volviendo al operativo de su búsqueda, el cabo Pedro Babatita reportó los hechos de la siguiente manera:
‹‹ […] ya eran como las nueve de la noche, y nosotros “dele pa’riba” y “dele pa’bajo” por la circunvalar. De pronto un taxista reportó: “Alguien está saliendo del monte, alguien está saliendo del monte”. Aparte de los taxistas con los que íbamos Tinjaca (patrullero) y yo, otros nos ayudaban con la red de apoyo y sus radioteléfonos.
En cinco minutos llegamos al sitio que nos decía el taxista y el niño Jhon Iván apenas lo vio dijo: “¡Es ese, es ese! Ese era el que me iba a violar… el que me estaba cogiendo…”
En el taxi iban también el papá y la mamá del niño, entonces les tuve que ordenar: “¡de aquí no se baja nadie!”. La niña venía
[6] con el patrullero Tinjaca, en el taxi que nos seguía. Entonces le dije por radioteléfono: “¡Tinjaca, pregúntele a la niña si ese era el tipo que estaba persiguiendo al indigente y al niño con un cuchillo!” De inmediato contesto: “Sí, sí, sí, ese fue”. Esto sucedió en cuestión de segundos. El taxi que nos había dado el dato clave venía adelante, mientras Garavito caminaba por la orilla. Cuando apenas el hombre se sorprendió al ver tanto taxi, ya estaba cogido, yo me había bajado y estaba encima de él.
De manera muy calmada, pero con berraquera le pregunté: “¿Hacia dónde va el señor?” A los cual contestó: “Vengo de Acacias y voy para allá”, señalando cualquier lado.
“Bueno, mano, ¿y usted qué hace caminando por acá si la llegada a Acacias es para el otro lado de la ciudad?”. Mientras le hablaba y él contestaba, saqué las esposas y de una se las puse. Desde el taxi los niños confirmaron que era él. Ya Tinjaca se acercaba al haberse bajado del carro. Era la palabra de los niños contra la de él, recuerdo que no dejé que Garavito viera a los niños para protegerlos por si lo dejaban libre… Tinjaca me saludó y después le metió un puñetazo con el que casi lo acuesta. Yo me quedé aterrado de la reacción de mi compañero, que es un patrullero muy sereno.
En ese momento preferí meterlo al taxi y empezó a salir gente de la nada… luego en la estación comencé a interrogarlo: ¿déjeme ver su cedula? – la perdí. Otro documento que lo identifique? –no tengo ninguno. ¿Nombre y apellidos? –Bonifacio Morera Lizcano…››
.Condena y situación actual
Garavito fue condenado a la máxima pena existente en Colombia: 40 años…Muchos solicitaron su muerte pero el Estado nunca accedió. Debido a su buen comportamiento y a su colaboración en el rastreo de cadáveres, se ha abierto la posibilidad de darle libertad condicional cuando cumpla unos 24 años de condena. Como es natural, aquello ha suscitado la indignación y el rechazo de la opinión pública; pero, para complacencia del pueblo colombiano, en mayo del 2011 Ecuador solicitó la extradición de Garavito para que cumpla la pena de 22 años por asesinar a dos menores (de 16 y 12 años respectivamente) en Santo Domingo de los Colorados durante julio de 1998. Inicialmente parecía que el proceso iba a decantarse a favor del deseo popular, sin embargo en mayo del 2012 la Corte Suprema de Justicia de Colombia negó el pedido debido a que, según objetaron, Garavito ya fue condenado por esos hechos (el asesinato de los dos menores) en Colombia.
Desde su internamiento, Garavito ha manifestado algunos intentos de suicidio y siempre ha sido aislado para evitar que lo asesinen y, por la misma razón, lo han cambiado varias veces de prisión. Tiene, debido a su buen comportamiento, derechos especiales como el uso de teléfono por hasta cuatro horas diarias (los otros solo pueden usar el teléfono veinte minutos diarios). Según se sabe, las únicas visitas esporádicas que tiene son de una creyente evangélica que quiere lograr que el asesino se reencuentre con Dios. Supuestamente tal conversión sería un hecho pues Garavito manifestó haberse convertido a la Iglesia Pentecostal, aunque la opinión pública sabe que es una farsa, tal y como parece indicar la entrevista realizada por Guillermo Preto La Rotta “Pirry” para RCN Televisión y Especiales Pirry, en la cual además se ve que Garavito es un mentiroso contumaz que parece subestimar de forma ofensiva la inteligencia de sus oyentes.